No existe un único tipo de violencia. Conocer sus diferentes manifestaciones es el primer paso para aprender a identificarlas y avanzar en su erradicación.
Estudiar las violencias nos permite ser capaces de comprender cómo sus diferentes tipos y manifestaciones se solapan, acumulan e interrelacionan. A través de su conocimiento somos capaces de identificarlos, evitando de este modo reproducirlos. Y llegando a tener la capacidad de denunciarlos cuando se detectan. También de este modo comprendemos mejor la situación por la que pasan las víctimas. Y desde la comprensión podemos ayudarlas a superar sus experiencias, evitando convertirnos en otro escollo más que también deben salvar.
El Convenio de Estambul define la Violencia contra las Mujeres o Violencia de Género como: “Aquellos actos de violencia basados en el género que implican o pueden implicar para las mujeres daños o sufrimientos de naturaleza física, sexual, psicológica o económica, incluidas las amenazas de realizar dichos actos, la coacción o la privación arbitraria de liberta d, en la vida pública o privada”.
Pese a esta definición, actualmente la legislación española sólo reconoce la violencia de género cuando ésta es realizada hacia una mujer por una pareja o expareja sentimental. Aunque sí se ha dado el paso de reconocer como víctimas de violencia de género a los hijos e hijas, familiares o personas allegadas de las mujeres víctimas de violencia de género que sean menores de edad y sobre las que se haya ejercido violencia con el objeto de causar mayor daño o perjuicio a la mujer víctima.
Recurriendo nuevamente al Convenio de Estambul, éste define la Violencia Doméstica como: “Aquellos actos de violencia física, sexual, psicológica o económica que se producen en la familia o en el hogar o entre cónyuges o parejas de hecho antiguos o actuales, independientemente de que la persona autora del delito comparta o haya compartido el mismo domicilio que la víctima”.
En este sentido, la violencia doméstica la sufren tanto hombres como mujeres, si bien estas últimas lo hacen de modo desproporcionadamente superior.
Se define la violencia machista como aquella violencia que se ejerce sobre alguien sustentada en concepciones machistas. Es por tanto, un término más amplio que el de violencia de género, pues incluye, por ejemplo, las violencias contra el colectivo LGTBI y otras violencias no reconocidas como violencia de género en la legislación española. Como cuando no existe relación sentimental entre agresor y víctima, o cuando la violencia contra la mujer alcanza también a hombres, amistades o familiares de su entorno que no son menores de edad.
Cualquiera de los anteriores tipos de violencia se manifiesta a través de diferentes métodos: violencia física, sexual, psicológica, simbólica, etc. Todas ellas se interrelacionan entre sí y se solapan. Por eso en muchas ocasiones se hace referencia al concepto “violencias”, (en plural), como modo de hacer énfasis en esta cuestión.
También es preciso tener presente que la violencia machista puede presentarse en múltiples ámbitos: pareja, familia, amistades, centros educativos, centros de ocio, entorno laboral, espacios públicos, instituciones públicas, internet, redes sociales… Puede producirse en cualquier contexto de nuestras vidas y de múltiples modos.
Por eso se señala que la violencia machista es estructural. Porque forma parte de la estructura social; de cada uno de sus segmentos, capas y componentes. Y por esa razón es tan resistente, persistente y difícil de erradicar.
Se pueden distinguir las siguientes ideas en el pensamiento patriarcal que forma parte de nuestras sociedades:
Por una parte, la creencia de que las mujeres son inferiores a los hombres, el sexo débil. Por ello son tratadas de modo diferente y son relegadas al ámbito privado, convirtiéndose en cuidadoras en exclusiva. Es decir, sólo ellas cuidan. El cuidado no es una cuestión compartida.
También el ejercicio del dominio y control sobre las mujeres, obligándolas a su subordinación, conformismo y obediencia.
A ello se une el ejercicio de relaciones afectivas asimétricas, en las que el hombre controla la relación y los sentimientos de su pareja. En consecuencia, una ruptura por parte de la mujer supone una humillación que puede conducir a la violencia. Este sistema de valores y creencias en los hombres está basado en la desigualdad y distorsionan su mundo.
Por otra parte, el pensamiento misógino, que incluye el menosprecio hacia las mujeres y la creencia del derecho a controlarlas, (aun cuando digan que las quieren, o precisamente por ello). También incorpora estereotipos negativos como que las mujeres son chismosas, manipuladoras, enemigas de otras mujeres, etc.
Finalmente, no debemos olvidar que al ser el patriarcal un pensamiento social, que forma parte de nuestra estructura, no es una cuestión que afecte únicamente a los hombres. También es interiorizado por las mujeres, que lo asumimos y reproducimos.
Amelia Valcárcel dijo en una de sus múltiples conferencias que “No hay ningún sistema de poder, y el patriarcado es un sistema de poder, que se pueda mantener sin violencia. La violencia forma parte de cualquier sistema de poder. El más suave de todos los sistemas de poder tiene que tener una violencia con la que amenazar, si se da el caso de que la obediencia no se produce… Un sistema de poder tiene que asegurar la obediencia. Y normalmente lo hace de dos maneras: el respeto, (por una adhesión que se llama respeto), o por miedo.”
Texto: Eva Irazu, de Enlaza Consultoría de Género y Diversidad
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